sábado, 13 de junio de 2009

Introducción de mi primera novela (aún en gestación)

Ella, desde pequeña fue una niña traviesa. Mi abuela siempre me comentaba que cada vez que uno le quitaba los ojos encima a Inés, ella ya se encontraría montada sobre una pared o columpiándose en los cordeles del camión, con los cuales su padre asujetaba la carga que llevaba en cada viaje. ” Esta cabra siempre fue asi” decía mi abuela cuando revivía los momentos de la infancia de Inés.

Me gustaba escuchar la historia de mis familiares. Siempre le preguntaba a mi abuela Teresa cosas sobre la vida que llevaron en Copiapó, cuando mis tíos y mi mama eran aún unos niños y sobre mi abuelo Pedro, su esposo, al cual conocí bastante poco. Si mi memoria no me traiciona, lo vi solamente dos veces en mi vida. La primera fué cuando viajé con mi mamá Inés a Antofagasta. Recuerdo que en esa oportunidad nos perdimos en esa inmensa ciudad, buscando el hotel en donde mi mama y yo estabamos alojados. No se en realidad cuán asustada estaba mi madre en esos momentos pero para mi, esas caminatas por cuadras y cuadras eran como una oportunidad que Dios me daba para conocer esa nortina ciudad de Chile. Recuerdo que pasamos por un restorant, donde un hombre estaba sentado tratando de deborar un inmenso plato de tallarines con salsa. Esa imagen no se me ha podido borrar de mi mente. Luego divise una inmensa iglesia. Tiene que haber sido la catedral de Antofagasta. La Segunda y ultima ves que vi a mi abuelo fue cuando viajó a Copiapó por motivos de los trámites de la venta de la propiedad que mis abuelos tenian.

Pero no nos adelantemos tanto a los hechos y empezemos del principio.

Mi madre, Inés Ardiles, pertenecía a una familia bastante acomodada. Su padre, Pedro Ardiles, era un comerciante empedernido, el cual viajaba a través de todo Chile vendiendo sus productos como aceitunas, limones, y picles, productos todos traídos del norte del país. Era un nortino neto, nacido en el pequeño pueblo de Huara, pueblo sumergido en las arenas del desierto de Atacama.

Entre tanto, la madre de Inés, Teresa Ríos, nacida en Tocopilla, pero criada en el bellísimo Puerto de Valparaíso, era una mujer de Buena familia, una dama por donde la miraran. Su madre siempre trató de criarla de una buena forma, al igual que sus otros trece hermanos, en uno de los hogares mas católicos que la historia de Chile haya tenido ( según mi criterio y el criterio de ella misma por supuesto ). Teresa siempre se caracterizó de un caracter fuerte, una taurina de pies a cabeza. Nada la hacía bajar su frente. En resumidas cuentas, era una mujer que siempre tenía la razón, independiente si estaba en los errores mas grandes.

Pedro siempre se dedicó al comercio, oficio que heredó de su padre. Y en uno de sus viajes por Chile, le tocó justamente ir a entregar una carga de verduras al señor Raúl Galleguillos, uno de los comerciantes mas conocidos en Valparaiso a finales de la década de los cuarenta y que tenía un gran almacén en la avenida Francia, a solo cuadras de la morada de Teresa.

Por razones que solamente Dios conoce, Teresa fué a comprar algo de verduras que su madre necesitaba para la cena al almacén de don Raúl Galleguillos, cuando se conocieron Pedro y ella. No me atrevería a decir que fue amor a primera vista porque Teresa en material de hombres, era bastante especial. No se enamoraba de cualquier pelagato, como ella misma solía comentar con sus hermanas y amigas. Asique para Pedro, le fué una tarea bastante ardua poder conquistar el corazón de aquella mujer que cuando la vio, quedó profundamente atado a las redes de su belleza. Pedro trató de organizar su trabajo de tal manera de quedarse en Valparaiso por algún tiempo para poder conquistar a la mujer con la que, según él, iba a compartir el resto de sus días.

Primero trató de averiguar el nombre de aquella chica con don Raúl, el cual conocia a su familia como si fuera la suya propia, luego su direccion y lo mas importante, tratar de descubrir los días que ella iba a comprar a aquel bendito almacén.

Pasaron varias semanas y siempre trató de hablarla cuando ella aparecía con su bolsa de maya a comprar verduras y otros productos al almacén de don Raúl, pero Teresa, con su indiferencia y orgullo, propia de una integrante de la familia Rios, lo ignoraba, la cual era la unica arma que Teresa podia utilizar para ocultar el sonrojamiento que le producían los piropos que aquel apuesto moreno nortino le decía.

Hasta que un hermoso día de septiembre la encontro en la plaza Victoria de Valparaiso, junto a su hermana Rebeca paseando y disfrutando unos churros que ellas habian comprado una cuadras antes en un humilde kiosko.

Teresa no pudo esconder su alegría al verlo y Rebeca, al verla sonrojar, entendió de inmediato de lo que se trataba… su hermana, a la cual siempre ella habia visto como una inocente muchacha se estaba enamorando de ese muchacho que se venia acercando al banco en donde ellas estaban sentadas.

¡Que colorada te pones cuando ves a ese muchacho!-le dijo Rebeca a su hermana, que no le podia quitar los ojos de encima a Pedro, el cual se acercaba lentamente hasta el lugar en donde ellas se encontraban sentadas.

De manera que cuando Pedro llegó donde las hermanas Ríos se encontraban disfrutando de esos churros, no pudo soportar las ancias y la desesperación de amor que le corrompía el corazón y se dirigió a Teresa, sin mas preámbulos ni rodeos pero con las mayores de las cortesías.

“ Primero que nada, quería desearle un muy buen día. Le quería demostrar mi admiración por usted. La primera vez que la ví, sentí un fuego en el corazón, el cual no he podido apagar. Yo viajo a través de todo el país vendiendo mis productos pero al conocerla usted, se acrecentaron los motives para quedarme en esta hermosa ciudad, y con usted, la belleza de este Puerto se acentúa aún más. Quisiera invitarla a cenar este fin de semana y espero recibir un sí como respuesta… me haría el hombre mas felíz del mundo si usted acepta mi invitación…”

Teresa quedó perpleja al escuchar aquella declaración, y no atinaba a nada… si no es por su hermana que la remece con su codo, hasta este momento todavía estaría mirando a aquel muchacho tan elegante y educado que le invitaba a cenar.

Hasta que despues de unos minutos Teresa reaccionó y respondió a esa hermosa declaracion con un tímido sí. Pedro se acercó un poco, le tomó la mano derecha y se la besó dulcemente…

“ La espero el Sábado a las cuatro de la tarde en este mismo lugar” le dijo y dando la media vuelta se retiro, dejando a Teresa en las nubes, tratando de soportar las burlas de su hermana que se reía pícaramente de ella.

Pasaron muchas cenas y encuentros clandestinos y despues de un año contrajeron matrimonio un helado dia de Agosto del año 1951.

La luna de miel la pasaron en el norte del país. Viajaron a traves de todo el desierto de Atacama, visitando pueblos desterrados en los interiores de verdaderos valles de dunas y grandes ciudades enclavadas en las costas nortinas.

Fue en uno de esos viajes cuando les sucedió algo realmente inaudito….

Se encontraban sentados en la plaza de la ciudad natal de Teresa, Tocopilla, disfrutando de sus dias de recién casados, cuando se les acerco un policía a llamarles la atencion: ” Me van a disculpar los tortolitos...” al verlos abrazados y besandose con locura, “… pero ustedes estan infringiendo las normas de moral y buenas costumbres de esta ciudad, asique por favor les exigo que traten de moderar su conducta si es que quieren evitarse un mal rato en los calabosos de la estacion policial”

Esas palabras le causaron pánico a Teresa, mientras que a Pedro le hicieron hervir la sangre, pero ambos eran lo suficientemente sabios y se retiraron de ese lugar sin emitir palabra alguna.

Los primeros tres años fueron de solamente viajes y fiestas. Teresa nunca en su vida habia bailado tanto como cuando lo hizo en sus primeros años de casada.

Fue en la minera ciudad de Calama, cuando ganaron el campeonato de mambo que la comunidad de aquella ciudad organizaba. El invitado de honor a ese campeonato fue el famosísimo Perez Prado, el cual causaba furor en la centroamérica de los años cincuenta. Mas de ochenta parejas bailaron al ritmo de aquel ícono del mambo, mientras que un jurado eliminaba despues de cada canción a una cierta cantidad de parejas. Era realmente hermoso ver ese contraste de los vestidos de las mujeres que participaban en aquel concurso, que al dar vueltas al son de la música formaban un espectaculo multicolor que deslumbraba a todos los que en ese momento se encontraban ahí apoyando a las parejas en competición.

Hasta que despues de mas de doce canciones, despues que a Teresa y a Pedro le comenzaban a salir ampoyas en los pies, eran solamente tres las parejas que quedaban en la pista de baile en busqueda del tan anhelado primer lugar. Por lo visto, la suerte les acompaño en esa oportunindad y obtuvieron el primer lugar, y como suelen decir los grandes animadores, tambien ganaron el opulento aplauso del público.

Pasaron tres años sin tener hijos hasta que a mediados del año 1953 nació el primero de sus hijos, el fruto del amor como ellos le llamaban. Lo bautizaron como Alberto, en honor al abuelo de Pedro, el cual vivió durante el siglo diecinueve al sur del Perú.

Alberto al nacer era un niño inimaginablemente blanco... ” llegaba a ser azul de lo blanco que era” , me contaba mi abuela Teresa cuando ella rememoraba los momentos del nacimiento de su primer hijo.

A los tres años despues nace Felicia, la cual resultó tener una hermana melliza la cual quizo conocer el mundo cuando Teresa tenía solamente cuatro meses de embarazo. Como era de esperarse, esa pequeña criatura no pudo sobrevivir al medio ambiente al cual salía y falleció a los pocos minutos, mientras que Teresa tuvo que quedarse en cama durante los meses restantes de su embarazo, entre interminables mareos y vómitos para poder concervar a el pequeño ser que se quizo quedar en el agradable vientre materno. En ese entonces se encontraban en San Felipe, ciudad de la quinta región de Chile, casi en las faldas de la cordillera de los Andes y donde Pedro ejercía su oficio. A duras penas pudo Teresa dar a luz a esa pobre criatura que durante cinco meses se batía entre la vida y la muerte.

Feliza resultó ser una niña muy tranquila y apasible. Durante su niñez y adolecencia se la pasaba leyendo libros que su padre le traía de regalo despues de cada viaje, y cuando ya se le acababan, por motives de que todos ya habia leido, andaba como una verdadera drogadicta con ataques de abstinencia preguntandole a sus amigas y amigos si tenían algun libro que le prestara para leer.

Dos años mas tarde nació Ignacio que, segun mi abuela, fue la oveja negra de la familia. Y por los alvores de la década de los años sesenta nace mi madre, Inés, que tambien se galardono con el titulo de oveja negra al igual que Ignacio.

Cuando Inés nació ellos ya se encontraban radicados en Copiapó, en la tercera región del país.

Llegaron a Copiapó por ahi por el año 1960. Al principio arrendaron una casona antigua, de esas construidas de adobe, con altos techos, enormes dormitorios y grandes corredores. Grandes comodidades no tenían. Teresa siempre se aterraba cuando la noche se avecinaba porque luz electrica que ellos tenían en Santiago, antes de radicarse en Copiapó, no la tenían en aquella casa, por lo cual le era un martirio andar con velas por todos lados en esa enorme casa. Se le venían las peores fantasias a la mente. Desde monstruos sin cabeza hasta monjes diabólicos encapuchados que, segun su imaginacion, deambulaban por los corredores de la casa en aquellas horas de oscuridad.

Fue en esa casa cuando Felicia, la segunda hija de Teresa, empezó a agarrarle verdadero pánico a los temblores. Fue durante el verano, en uno de esos días que viento no corre y el sol calienta a mas no poder, cuando comienza un pequeño remezón el cual nadie pensaba que podría adquirir una fuerza apocalíptica. Durante ese movimiento telúrico Teresa pudo conservar la calma para no asustar de gran manera a los niños pero Felicia no pudo controlar sus nervios al ver que el patio de la casa se abría en dos, que una inmensa grieta dividía el patio de la casa. En su inocente mente pensaba que la casa y todos ellos serian succionados por la fuerza de la tierra. Gracias a Dios, eso no ocurrió pero de ahí en adelante, el temor por los temblores la marcaría para el resto de su vida.

Mese mas tardes, Pedro contrató un grupo de albañiles que vivían en el sector para construir el fututo hogar de la familia en el terreno de casi una hectárea que el había comprado. Al oir la noticia, Teresa no lo podia creer, y saltaba de alegría, ya que dejar aquella monstruosa casa le parecía fantástico, casi un sueño. Pronto podría vivir en lo propio, junto a sus cuatro hijos, en el hogar que ella, toda su vida habia deseado.

La construcción de la casa tomó exactamente seis meses. A finales de la década de los cincuenta no existían todas las maquinarias y herramientas que hoy existen para la albañilería, asique un trabajo como la construcción de una casa de cuatro dormitorios grandes, un inmenso hall, dos comedores, living, y baño tomaría un tiempo, sobretodo si se tenían que cumplir las exigencias que Teresa y Pedro imponían. Pero como ya mencioné anteriormente, la casa se construyó en seis meses. A la semana siguiente de la obra ya terminada, la familia Ardiles Ríos, comenzó a trasladarse al hogar definitivo. Fue una tarea salomónica trasladar los muebles y en general, todos los enseres domésticos que Pedro y Teresa adquirieron durante el tiempo que vivieron en Santiago y en la tétrica casa de campo que arrendaron al interior de Copiapó, pero luego de algunos días, lograron trasladar todo. Lo que seguía era comenzar a poner en orden todo en la nueva casa.

Fué esa casa la que vió crecer a Inés, mi madre. La vió dar sus primeros pasos, escuchó sus primeras palabras, guardó sus mas íntimos secretos, conoció la gran mayoría de sus amores. Esas paredes guardaban toda clase de secretos, lo habian visto y escuchado todo… Es una gran suerte que las paredes carecen del don del habla porque si asi fuese, los escandalos que se hubiesen producidos en esa familia hubiesen sido catastróficos.

La década de los sesenta fué por lo general tranquila para la familia Ardiles Ríos. Los hijos de Teresa eran aún unos niños, inclusive solamente bebes, en el caso de mi madre, Inés. Era la época del rock and roll, un baile que consistía en solamente dar vueltas al ritmo de sonidos norteamericanos. Esa época fue marcada por el imperio yankie en el aspecto musical. Se comenzaban a escuchar cantantes como Elvis Prestley y grupos musicales como The beatles, grupo ingles que causó sensación en en mundo entero.

Chile también dio su aporte en el aspecto musical. El movimiento se llamaba “ La nueva ola” y algunos ejemplos de cantantes eran José Alfredo Fuentes, mas conocido como el Pollo Fuentes. Una chica de solamente doce años alzaba su voz en Valdivia. Comenzó a cantar en radios locales para luego conventirse en una de las cantantes mas exitosas del país. Su nombre era Gloria Benavides, una valdiviana que causaba furor en radios y que siempre ocupaba las primeras planas de la revista Ritmo, la revista juvenil mas conocida de aquel entonces. Una de sus canciones mas famosas fue ” La gotita” que hasta yo, cuatro décadas mas tardes tarareo cada vez que se pone a llover. Ahi uno se da cuenta de la calidad de artistas que en ese entonces nacían. Los buenos artistas perduran por el tiempo, solía decir mi abuela Teresa.

A finales de los sesenta, Alberto ya tenía la mayoría de edad y se le comenzó a dar autorización para que hiciera malones en la casa. Los malones, según mi abuela Teresa, eran fiestas que se organizaban en la casa de alguien y cada uno de los invitados aportaba con algo para la fiesta. Ese aporte podía ser algo para tomar o picar pero se daba por hecho de que cada uno traería algo para hacer mas amena la reunión. Alberto invitaba a gran parte de sus compañeros de curso – cuando estudiaba en el liceo de hombres de Copiapó – y a amigas de Felicia que también querían ser partícipies de aquellas actividades que en el sector donde ellos vivían no muy amenudo se daban. Felicia tenía una amiga en el barrio que se llamaba Claudia, la cual era su mejor amiga en el sector y además iban en el mismo curso, lo cual acresentaba los lazos de amistad entre las dos. Y fué en aquel malon cuando Claudia se enamoró perdidamente de Alberto. Ella siempre lo había visto deambular por la casa cada vez que ella visitaba a Felicia, pero esa vez fué algo especial. Alberto vestía un terno de lino negro, el cual acresentaba su tez blanca y esa estatura señorial dejó a Claudia sin aliento. Lo que nunca persibió antes, lo persibió aquella noche. Alberto tampoco quedó ageno al encanto que Claudia aquella noche llevaba consigo. Claudia vestía un vestido celeste almidonado que resaltaba de gran manera su cintura de guitarra que Claudia nunca se avergonzaba en mostrar. Era su orgullo, solía decir.

Mientras Teresa se encontraba en casa de sue hermana Rebeca en Valparaiso, los jóvenes en la casa de Copiapó pudieron hacer lo que quisieron en aquel salvaje malón. Bebieron y bailaron hasta que quedaron con ampoas en los pies y la fiesta, por supuesto se extendió hasta bien avanzada la hora. Fue como a la mitad de la fiesta cuando Alberto y Claudia habian desaparecido. Felicia algo sospechaba de esa desaparición, pero ella, por prudencia, no se atrevió a decir nada a los demás para no perjudicar a su mejor amiga y a su hermano y siguió bailando y disfrutando de la fiesta con el resto de sus amigas. Nunca pensó que Alberto, años mas tarde, jamás le devolvería el favor a su hermana y que la traicionaría por motivos del amor.

Claudia habia encontrado a Alberto con un grupo de chicos en el patio de la casa intentando de fumar la droga mas común que en aquel entonces nacía… un pito de mariguana. Ella se disponía a dar un paseo por el terreno de la propiedad para poder respirar aire puro y alejarse del bullicio de aquella fiesta. Los chicos que acompañaban a Alberto en aquel ritual mariguanero regresaron a la fiesta, pero Alberto decidió seguir a Claudia.

Claudia podia sentir los pasos de alguien que la seguía, pero nunca tuvo miedo, sino que en el fondo de su corazón sentía de que era Alberto la persona que pisaba sus talones. Hasta que Alberto se apresuró en alcanzarla y cuando ya estaba detras de ella, la toma por la cintura y le comienza a besar el cuello. Claudia no dió grito alguno, sino que gemía de gusto y placer al sentir los labios de Alberto en su cuello. El, a su vez, no podia dejar de sentir una corriente por su cuerpo cada vez que sentia entre sus manos su pechos y curvada cintura. Se tiraron al suelo bajo las ramas de unos manzanos que en ese lugar habían y ahí Claudia le entregó su virginidad a ese hombre del cual se había enamorado. Se desnudaron y cada uno sentía el aliento del otro y el sudor de ambos se combinaba en un éxtasis celestial.

A la hora siguiente, regresaron a la fiesta, como si nada hubiese pasado. Claudia, por supuesto llevaba una sonrisa de oreja a oreja y Felicia, al verla, no le cayo la menor duda de que entre su hermano y ella algo había pasado y era seguramente algo que la marcaría por el resto de la vida.

Pasaron varios días despues de lo acontecido entre Alberto y Claudia, y contacto entre ellos no había. Para Alberto, lo sucedido había sido solamente un rato de simple sexo, sin embargo, para Claudia fue lo mas importante que su vida habia sucedido.

Pasaron varias semanas sin recibir llamada alguna de Alberto y a raíz de esto, Claudia tomó la determinante desición de partir a Santiago. Allá encontraría un futuro mejor y lograría olvidar definitivamente a Alberto que tanto daño a su corazón le había provocado. La única que sabía de su partida era su fiel amiga Felicia, que nunca dejó de apoyarla y lamentar lo que en su vida había ocurrido. El día que se despidieron fué muy trizte para ambas pero sus lazos de amistad se perpetuaron. Los padres de Claudia, al ver que su hija había desparecido, fueron directamente donde Felicia para poder sacarle algo de información, pero ella, fiel a la amistad de su amiga negó todo e intentó tratar de hacerse la desentendida.

Después de lo acontecido, pasaron mas de veinte años sin tener contacto alguno. El único contacto que existía entre ellas era el contacto telepático que mas de alguna vez intentaron tener pero que, lamentablemente, nunca lograron desarrollar. El pensamiento y la fuerza de la amistad mantuvieron sus mentes unidas.

Teresa, cuando regresó de su viaje con los niños mas pequeños, Ignacio y mi madre Inés, no notó absolutamente ninguna huella de la fiesta que, días antes, aconteció en su casa. Examinó pieza por pieza con su infalible olfato para ver si encontraba indicios de algo extraño, pero Felicia y Alberto se encargaron de dejar la casa en las mismas condiciones que su madre la había dejado antes de su partida a Valparaíso.

A finales de los años sesenta, el país se encontraba en una etapa de cambios políticos y sociales y las protestas eran el pan de cada día. Esta situación se agrabó aún mas con el triunfo de Salvador Allende en las elecciones presidenciales. Era el primer presidente de tendencia comunista-marxista que era elegido por votación popular. Los sabotajes de los opositores al gobierno de Allende y la cooperación de los mismos con el Gobierno de los Estados Unidos, hizo caer al país en un caos económico y social sin presedentes. Faltaba de todo. Toda la población tenía dinero, pero lamentablamente no había nada en los negocios para comprar. Era el caos total, mientras que el presidente pedía pasiencia al pueblo. Las amas de casa salían a las calles en ensordecedoras protestas con sus cacerolas pidiendo alimentos para sus familias. En esa época, la vida de los chilenos se iba haciendo colas para conseguir el pan de cada día, y tirando maíz a los regimientos para provocar a los militares a que tomasen el gobierno y acabaran de una vez por todas del caos que el país se encontraba sumido.

Para la familia Ardiles Ríos, fué un periodo sin mayor contratiempos. A la familia nada les faltó durante ese caótico capítulo de la historia chilena porque Pedro proveía la despensa de alimentos cada vez que llegaba de algún viaje.

A raíz de esto, se sucedió el inevitable golpe de estado. Una junta militar conformada por todas las ramas de las fuerzas armadas tomaron el país dando muerte al presidente Allende. El asesinato, por supuesto fue cubrido por la mentira de que el mismo se había suicidado, cosa que el pueblo jamás creyó.

Todos estos acontecimientos le eran ajenos a mi madre Inés. Su vida se limitaba a sus lecciones de bordaje que las hermanas Julio-íntimas amigas de su madre- le daban en la casa de ellas, y sus aventuras por el terreno de la casa que consistían en construir verdaderas fortalezas de ramas y hojas creyendo estar en la guerra entre Chile y los Estados Unidos – acontecimiento que, gracias a Dios nunca a pasado y espero de todo corazón que nunca ocurra…

Me gusta explorar los archivos de mi familia. No tenemos carpetas con información acerca de mis antepasados, pero con el solo hecho de sentarme en la dulce compañía de mi madre o de mi abuela, comienzo a incertarme en la vida que ellos vivieron durante esos años, marcados por acontecimientos que marcaron al pais para siempre…

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